miércoles, 21 de octubre de 2009

UNA CURIOSA "ANÉCDOTA"

El 10 de Diciembre de 1.948, se proclamó por la Asamblea General de las Naciones Unidas la Declaración Universal de Derechos Humanos, afirmando, en su artículo 3, y textualmente, lo siguiente: "Todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad de su persona".
Sin embargo, si nos fijamos bien, en ningún momento hace referencia a qué momento ha de entenderse que la vida humana existe y, por lo tanto, desde qué momento es digna de protección.
Lejos de ser una mera anécdota u olvido, por el contrario dicha omisión fue intencionada.
Así, baste al efecto significar que se puede tomar como precedente inmediato del meritado texto internacional la llamada Declaración de Bogotá (1948) en la que la Organización de Estados Americanos (OEA) hace una previa declaración de derechos humanos.
De dicha declaración, la ONU recoge dos aspectos:
1.- Los seres humanos poseen una dignidad.
2.- Todo ser humano tiene derecho a la vida.
Cuando comenzaron las deliberaciones sobre la Declaración de Derechos Humanos en la ONU, los Estados de la OEA, Filipinas y Líbano, vieron la necesidad de incluir la cláusula del derecho a la vida del concebido y no nacido y, por lo tanto, dejar claro el origen de la vida desde el mismo instante de la concepción.
Dicha propuesta fue rechazada, fundamentalmente, por dos Estados: Estados Unidos de América y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.
Se alegó que era mejor una decisión ecléctica, pues había Estados que tenían regulado el aborto y éstos no firmarían la Declaración.
Curiosamente la Presidenta de la Comisión de Derechos Humanos, encargada de elaborar la propuesta de la Declaración, era, precisamente, la esposa del entonces Presidente de los EEUU, Eleanor Roosevelt, la cual, curiosamente, por aquel entonces tenía una estrecha colaboración con Margaret Sanger, cofundadora de la Federación Internacional de Planificación de la Familia (IPPF), que comprendía una federación de organizaciones no gubernamentales que tenían como santo y seña la promoción y práctica del aborto como método de planificación familiar.
Es decir: el Capitalismo y el Socialismo de la mano cuando se trata de erradicar la vida del concebido y no nacido.
De la mano, en definitiva, cuando se trata de asesinar....
¿Y cuál es el medio o instrumento perfecto para conseguir ese fin?: La Organización de las Naciones Unidas.

viernes, 16 de octubre de 2009

LO POLÍTICAMENTE CORRECTO

Voy a intentar ser lo más frío posible y evitar, dentro de lo posible, cualquier desafuero que me queme y salga de las entrañas.
Acabo de leer la noticia de que nuestra muy estimada Conferencia Episcopal, con Mons. Rouco a la cabeza, ha decidido no intervenir en la manifestación contra el aborto de mañana por entender que su presencia podría ser mal interpretada políticamente.
Pasando por alto el hecho objetivo de que vayan o no vayan a la manifestación van a seguir siendo objeto de críticas politicas, al menos mientras mantengan una opinión contraria al aborto, lo cierto es que su ausencia tal vez podrían interpretarla algunos (y no precisamente aquellos a los que temen) como una postura tibia frente a la enormidad del crimen que se está cometiendo.
Mi postura con respecto a la curia española ha sido ampliamente criticada por algunos sectores que me han calificado de radical y/o extremista, y ello, pura y llanamente, por afirmar que cuando se está masacrando al inocente no caben medias tintas.
La ambigüedad, amén de los homosexuales, es patrimonio de los cobardes, por lo que al final sólo me quedará la duda de si aquéllos, los que tienen miedo a mojarse, son de la otra acera o, simplemente, van con el culo prieto.
En cualquiera de los casos, sean una cosa u otra, lo que resulta evidente es que no son dignos Príncipes de la Iglesia de Cristo.

jueves, 15 de octubre de 2009

¡MUERTE AL PERRO BLASFEMO!

Sólo una breve reseña, a título explicativo, al perro blasfemo ése:
Éxodo 3,14: "Y dijo Dios a Moisés: YO SOY EL QUE SOY"
Juan 10, 22-42: “¿Hasta cuándo tienes suspenso nuestro espíritu? Si tú eres el Mesías, dínoslo
abiertamente.
Os lo dije, y no me creéis. Las obras que Yo hago en el nombre de mi Padre, éstas
dan testimonio de mí. Sin embargo, vosotros no creéis porque no sois de mis ovejas.
Mis ovejas oyen mi voz, y Yo las conozco, y me siguen. Y Yo les doy la vida eterna, y
no perecerán eternamente, y no las arrebatará nadie de mi mano. Mi Padre, que me las
ha dado, mayor es que todo, y nadie puede arrebatarlas de mano de mi Padre. EL PADRE Y YO SOMOS UNA MISMA COSA ”.
Mt 16,13-20: "En aquel tiempo llegó Jesús a la región de Cesarea de Felipo y preguntó a sus discípulos: ¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre? Ellos contestaron: Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas. El les preguntó: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Simón Pedro tomando la palabra, dijo: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo. Jesús le respondió: ¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo.
Yo te digo: Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia y el poder del infierno no podrá contra ella. Te daré las llaves del Reino de los Cielos y lo que ates en la tierra, atado quedará en el cielo y lo que desates en la tierra, desatado será en el cielo. Y les mandó que no dijeran a nadie que él era el Cristo, Mesías".
¿Quién es, pues, Jesús de Nazaret?. ¿Como se define a sí mismo?
1. YO SOY. (Jn 8,24; Jn 8,28); 8, 58; Jn 13,19): significa existencia, identidad, autenticidad, veracidad, unidad, coherencia. Detrás de esa definición se esconde esta gran verdad: Jesús es la Existencia que da la existencia y consistencia a todo lo demás.
5. YO SOY LA RESURRECCIÓN. (Jn 11,25): Así como Él resucitó, así también nosotros, pues fue Cristo mismo quién venció a la muerte.
8. YO SOY LA PUERTA DE LAS OVEJAS. (Jn 10,7 y 9): Es el único mediador entre Dios y los hombres. Es la Puerta para entrar en la Casa del Padre. Es la Puerta para entrar en el Banquete celestial. Es la Puerta para entrar en la Vida eterna .
9. YO SOY EL PAN DE VIDA. (Jn 6, 35 y 48): ¡Porque mi cuerpo es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida!. Está REALMENTE presente en el Santísimo Sacramento de la Eucaristía, en CUERPO, SANGRE, ALMA y DIVINIDAD.
11. YO SOY REY. (Jn 18, 37): Rey de reyes, Rey eterno. Por Él todo fue hecho, sin Él nada se hizo.
Por eso Él dijo taxativa y terminantemente: "...a quien blasfeme contra el Espíritu Santo no se le perdonará jamás" (Mateo 12, 31-32; Marcos 3, 28-30; Lucas 12, 10)
Y yo aún añado más: Es inadmisible que alguien pueda comparar al Cristo de Dios, al Santo de los santos del Altísimo con un cabrón pederasta que tuvo connivencia con Satanás.
¡MUERTE A LOS PERROS BLASFEMOS!
¡VIVA CRISTO REY!

viernes, 9 de octubre de 2009

DE COBARDES, TRAIDORES Y TRIBUS VARIAS

Aún resuenan en mi cabeza los ecos de la “heroica” decisión de los organizadores de la renovación de la “Consagración de España al Sagrado Corazón de Jesús” de prohibir la exhibición de banderas españolas con la imagen sagrada de Aquél.
Está claro que hasta el clero de hoy no es como el de antes.
Si antes, allá por la IIª República, muchos dieron su vida por la Verdad, hoy, por el contrario, los nuevos lameculos prefieren comulgar con la verdad imperante y sacrificar la Verdad a la mentira.
Son, sin duda alguna, más cobardes y traidores que los propios responsables de la caída de España hacia el abismo, pues, lejos de hacer frente a semejante ignominia, por el contrario, aceptan, no sé bajo qué contraprestación, aunque la presupongo, cualquier componenda con tal de salir indemnes de la quema.
Sin perjuicio, pues, de dejar huérfanos de dirección espiritual a los cientos de miles de fieles y patriotas que esperan un claro ejemplo a seguir, por el contrario, imitando a sus padres putativos, como hijos bastardos que son, aceptan cualquier “bajada de bandera” que, en el presente caso, se traduce también en “bajada de pantalones”, con todo lo que, por activa y pasiva, implica, y prohíben a los fieles y patriotas exhibir con orgullo lo que durante 90 años siempre se ondeó, nuestra orgullosa enseña nacional con el Sacratísimo Corazón del Cristo.
Afirman, ésos mismos que dicen ser los baluartes de la Fe, que son los garantes de la Verdad, no obstante, lejos de ser cierta tal afirmación, la realidad demuestra que son el resultado del continuo e incesante bombardeo de contravalores a los que algunos, por no decir muchos, se han sentido permeables.
Produce vómito su mera presencia, pavoneándose como conspicuas cabezas de una Iglesia ya marchita por culpa, precisamente, de la tibieza de su cobardía.
Ahora, lejos de ser dignos representantes de la Fe, acuden, como lobos hambrientos, a la llamada de su amo, todo con tal de sacar alguna que otra migaja, aún a costa de silenciar la voz de los auténticos fieles.
Repugnancia, asco, sólo cabe definirlo así, el sentimiento que me produce aquél que si un día ya sucumbió a la voz del poder al aceptar la farsa de un matrimonio herético, con previo y público concubinato conocido y anunciado, ahora, cobardemente, acepta las componendas que sus subalternos traidoramente han pactado.
¿Acaso esperan clemencia?
¿Acaso creen que no van a merecer la misma suerte que los traidores que han vendido a España?
Los traidores son traidores, sean del pelo que sea.
La mitra, de por sí, no garantiza más que una potestad pero que lleva implícita una autoridad moral, y cuando ésta, por la evidencia recalcitrante de la realidad, se muestra pálida, disminuida, sólo cabe reducirla a cenizas, a las cenizas de las que, tal vez, nunca debió salir.
Pero si, al menos, este hecho fuese un hecho aislado, aún podríamos afirmar que tal hecho, en si mismo, no sería más que una excepción; sin embargo, recientes, y no tan recientes acontecimientos, han demostrado cuán frágil es la Fe de algunos, frente a la Fe de muchos.
La “sacrosanta” Conferencia Episcopal está ahora que trina con la nueva “Ley del Aborto” que pretende aprobar este gobierno de deficientes mentales, pero se olvida y así se olvidó que, durante muchos años, incluso durante el “reinado” de su gobierno popular, los inocentes eran sistemática y cobardemente masacrados, asesinados.
Son culpables, pues, de ocultar públicamente el genocidio silencioso, ése que cometen también los que se dicen defensores del “orden y de las buenas maneras democráticas”, pero que ignoran, desde su origen, cual es el primer y principal derecho de todo ser vivo: nacer.
Ya en su día, y fui criticado por algunos que me acusaron de ser “excesivamente radical”, dije cuál era el rostro de la actual cúpula de la Iglesia Católica española, formada, en su mayor parte, por traidores y cobardes, que no sólo han vendido la Fe de Cristo al mejor postor, sino que, además, han dejado de creer en una España gloriosa que, en su día, sirvió como instrumento del Altísimo para la conquista de un Nuevo Mundo y, en consecuencia, de una ingente cantidad de almas para la Cristiandad.
Existen, sin duda alguna, notables excepciones, pero éstas, lejos de erigirse en voces discordantes, aceptan manifestar, de vez en cuando, su contrariedad por aquello de respetar “las reglas del juego”.
Sólo nos cabe la esperanza de la rebelión de los hombres y mujeres que se consideran españoles y cristianos.
Una rebelión de los sin nombre, de aquéllos que aún creen en una Fe y en una Patria común, íntimamente unidas, aunque respetándose recíprocamente.
Se trata, pues, de manifestar públicamente esa repulsa por aquéllos que se han vendido por un puñado de monedas y que, lejos de arrepentirse, se pavonean con los bastardos de turno, ésos que se dicen príncipes y reyes y que, lejos de conocer a sus progenitores, aceptan cualquier filiación con tal de vivir a costa del explotado ciudadano.
Francisco Pena

viernes, 2 de octubre de 2009

A PROPÓSITO DE UN 13 DE MAYO


Lo queramos o no, todos, en mayor o menor medida, nos hemos sentido atraídos por hechos como el acaecido un 13 de mayo de 1.917 y, sobre todo, por sus supuestos mensajes.
Dicen sus detractores que es irracional creer en algo que, científicamente, no puede demostrarse, aunque algunos de los fenómenos que rodean a tales hechos sean de tal entidad que, al menos, superen las leyes naturales y, por lo tanto, la pura física.
No siendo dogma de Fe, a católico alguno se le puede exigir aceptar la veracidad de tales hechos aunque sean de índole extraordinario o inexplicable, pero ello no es óbice a que tanto creyentes como no creyentes sientan curiosidad, sana o insana, de saber y conocer cuál es el alcance de aquéllos y su potencial autenticidad.
Si bien constan datos sobre Apariciones Marianas desde el principio de la Cristiandad, incluso en vida de la Santísima Virgen al Apóstol Santiago (año 40 d.C.), sin olvidar Guadalupe (1531, México), lo cierto es que en los últimos decenios aquéllas han cobrado actualidad, no sólo por su cuantía, sino, incluso, por la relevancia de sus supuestos mensajes, tanto desde el punto de vista teológico, como escatológico.
Desde La Salette (1846, Francia), pasando por Lourdes (1858, Francia), hasta llegar a Fátima (1917, Portugal), todas ellas reconocidas por la Iglesia Católica, sin olvidar innumerables y supuestas revelaciones privadas, para concluir en las recientes, y no menos polémicas, de Garabandal (1961, España), de Medjugorje (1981, Bosnia) y Kibeho (1981, Ruanda), esta última recientemente reconocida por la Iglesia Católica, lo cierto es que nadie, creyente o no, permanece indiferente ante tales acontecimientos.
Aunque ya les anticipo que yo sí acepto dichos fenómenos, en la medida en que éstos se ajusten al Evangelio y, en todo caso, hayan sido confirmados por la Iglesia, lo cierto es que el motivo último de este artículo, más que servir de instrumento de apoyo a dichos fenómenos, es desenmascarar a los hipócritas que pululan, ya a favor, ya en contra, alrededor de aquéllos.
Existen varios comunes denominadores que a la postre fijan una pauta segura de tales acontecimientos; a saber:
1.- Los “videntes” suelen ser niños o muy jóvenes y, en la mayoría de los casos, analfabetos o poco instruidos.
2.- Los mensajes tienen un profundo poso teológico, que comulga plenamente con el magisterio de la Iglesia Católica y, en algún que otro caso, ha provocado el adelanto de la proclamación de un dogma que, aunque no de derecho, si de hecho era comúnmente aceptado por la mayoría de los fieles y los Santos Padres.
3.- Se producen en circunstancias históricas y/geográficas que, bien fortalecen la realización práctica y segura de una evangelización (caso de El Pilar y Guadalupe), bien sirven de revulsivo para la Fe de los Cristianos frente a la opresión y persecución.
4.- Reafirman dogmas que “intencionadamente” se han pretendido olvidar o, al menos, desvirtuar, y no sólo desde fuera de la Iglesia.
5.- Nos recuerdan insistentemente el inmenso valor del sacrificio y la oración.
6.- Como prueba de veracidad, amén de acontecimientos más o menos extraordinarios que los acompañan, suelen informar sobre acontecimientos que luego, con el devenir del tiempo, se suceden inexorablemente.
Tales circunstancias, lejos de enterrar tales fenómenos, por el contrario, han aventado la polémica.
Para los “inteligentes”, para los “intelectuales”, para los “sabios”, para aquéllos que siempre se han guiado por los halagos humanos, les ha resultado ciertamente difícil entender cómo es posible que el Cielo pudiere preferir a alguien tan humilde, tan insignificante, para transmitir un mensaje transcendental.
¿Qué sentido práctico, qué sentido racional, lógico, se podría esconder ante semejante decisión?
Y he aquí, precisamente, la primera contrariedad, pues carece de lógica “humana” que pretendiendo, como parece deducirse de la intención, transmitir mensajes transcendentales y/o de profundidad teológica, se elija como mensajero a alguien que carece de la más mínima instrucción, cuando no madurez.
Se trata, pues, de un auténtico signo de contradicción, pero que, en sí mismo, excluye la lógica del fraude.
O dicho de otra manera: Si alguien pretende transmitir un mensaje importante, si alguien pretende otorgar un apariencia más o menos seria a un evento, la “lógica humana” le compelería a designar como mensajero a alguien que tuviere un mínimo de credibilidad pública, a alguien mínimamente reconocido socialmente como “persona seria”, “intelectual” o “sabio”, pues resulta evidente que nadie o casi nadie osaría contradecir (o, al menos, se lo pensaría dos veces antes de hacerlo) a un científico o personaje de fama irrefutable, bajo riesgo de quedar en ridículo.
Sólo, pues, desde la óptica de la sencillez, de la humildad, a la luz, en cualquier caso, de los Evangelios (no olvidemos la predilección del Señor por los humildes y los infantes), puede entenderse que los receptores de los mensajes sean, precisamente, los más humildes entre los humildes, los más despreciados de la sociedad, aquéllos a los que, precisamente, la sociedad opulenta y burguesa olvida, aunque “de palabra”, de vez en cuando, se digne a mentar.
Pero lo más significativo, si cabe, es que seres tan “insignificantes”, tan “indefensos”, sean, precisamente, los que al final den ejemplo de entereza, sobriedad y obediencia.
Esto, precisamente, es lo que les rompe los esquemas, porque si a cualquier niño basta con amenazarle con un “cachete” para que se doblegue ante cualquier orden, sin embargo aquéllos, lejos de inclinarse, mantienen incólume el mensaje y su deber.
¿Cómo entonces puede entenderse que unos “mocosos” puedan confirmar, cuando no afirmar, dogmas de enorme profundidad teológica y que, en modo alguno, entran dentro de la dialéctica racional, provocando, ya “ab initio”, el fracaso de cualquier disquisición, más o menos, tendenciosa?
Ni es lógico, ni deviene eficaz desde la óptica humana.
Desde la afirmación del dogma de la Inmaculada Concepción, hasta la confirmación de un dogma ya olvidado por muchos cristianos, incluso por parte del clero, como es la realidad de Satanás y del Infierno, resulta incompresible aceptar “racionalmente” que unos “imberbes” pudieren propagar a los cuatro vientos lo que casi nadie se atrevía a afirmar ni siquiera en secreto.
Pero si hay algo que, sinceramente, a mi me ha removido el interior, lo que, en cierto modo, me ha llevado a aceptar lo que la Iglesia anticipadamente ya ha aceptado para algunos casos, es la proclamación de un valor tan poco popular, tan escasamente aceptable para este mundo, y menos en la época en la que vivimos, cual es el valor del sacrificio como expresión suprema del amor.
Esto que para mi y, supongo, para todos no deja de ser una doctrina dura e “irracional” , deviene en cierta cuando alguien, contra viento y marea, contra todos y todo, te hace entender, aunque sea implícitamente, que el amor, el auténtico amor, sólo es amor cuando has sufrido, incluso fenecido, por la vida de otros.

LA DIALÉCTICA DE LA CRUZ Y DE LA ESPADA


“No penséis que vine a traer paz sobre la tierra; no vine a traer paz, sino espada”
(Mateo 10, 34)

Tal vez sea en parte culpa de la Iglesia Católica el hecho de que la comunidad de los mortales sigan creyendo que los santos son aquellos individuos extraños con cara de iluminados y que siempre o casi siempre tienen su mirada absorta en el más allá y coronados por una aureola más o menos elíptica.
Pero tal apreciación, amén de pueril, es ciertamente falsa.
Claros y rotundos ejemplos hemos tenido a lo largo de la historia de la Cristiandad en que los santos del Altísimo, lejos de ser seres extraños o iluminados, más bien eran individuos/as “vulgares”, humildes, que, incluso con defectos, eran capaces de sacar lo mejor de sí mismos, aún a costa de la recalcitrante opinión y oposición de la mayoría.
Se trata, eso sí, de excepciones a la regla y, en consecuencia, de seres extraordinarios pero que aceptan, sin quejarse, el deber que les corresponde.
Y cuando alguien asume un deber, lo hace con el convencimiento de que ha de llevarlo a cabo hasta el final, aún a costa de la oposición, persecución y potencial martirio.
Porque, no nos engañemos, al contrario de otras manifestaciones religiosas y/o políticas, el creyente católico, lejos de sacrificar la vida de los demás, de sus prójimos, por el contrario, como último tributo para con éstos, expone su propia vida, sacrificando su futuro al devenir caprichoso del destino, pero siempre con el norte de la conquista cierta de la Verdad y la Justicia.
Y ése es, precisamente, el signo distintivo de aquéllos que buscan el bien común y no el capricho o la satisfacción personal.
Pero este signo distintivo, lejos de suponer un galardón inmediato, procura un tortuoso camino en el devenir vital de aquél que libre y gozosamente ha optado, después de aceptar su destino, por la lucha sin cuartel contra la farsa, la injusticia y la idolatría.
En muchas ocasiones se han acentuado, entre otras, las virtudes de la paciencia y de la humildad como signos distintivos de aquéllos que buscan la Verdad, como auténticos emblemas de la santidad.
No voy a ser yo, por supuesto, quien niegue tal verdad, Dios me libre, pero es cierto, sin embargo, que tanto una como otra virtud, por no hablar de otras no menos dignas de mención, lejos de entenderse e interpretarse en sus justos términos, en reiteradas ocasiones se les ha otorgado más un rasgo de infantil beatería que de auténticas virtudes teólogo-santificantes.
Ni la paciencia, ni la humildad, como tampoco el resto de las virtudes cristianas, obstan la necesidad de un espíritu combativo y sacrificado.
Es más, lejos de la común y vulgar interpretación, la auténtica dimensión de aquéllas sólo puede entenderse desde la lucha radical y extrema por la conquista segura de los valores perennes que han de guiar y distinguir a toda civilización que se precie.
Por ello, cuando se desvirtúan tales valores, cuando se obvia lo sustancial, cuando se rechaza lo evidente, cualquiera de las virtudes antedichas se han de transformar en auténticas armas arrojadizas que hieran profundamente el alma e, incluso, la piel sensible de los que, bien por error, bien por convicción mal entendida, se oponen a todo aquello que debe servir de sustrato incuestionable de lo que ha de ser una sociedad sana y justa.
Al igual que un padre, por puro acto de amor, primero reprende y luego orienta a sus hijos, aquéllos que han devenido depositarios de la virtud del cumplimiento inexorable de un deber, deben adoptar todas aquellas medidas que sean necesaria para alcanzar el bien común, aún a costa de ciertos, aunque menores, sacrificios.
¿Es acaso lícito callar ante la ignominia del aborto?
¿Existe algún orden humano que pueda exigir silencio ante tamaño y pavoroso crimen?
Nada ni nadie tiene potestad sobre la tierra para hacer callar a alguien que proclama una injusticia, como tampoco ninguno de nosotros podemos desviar la mirada o tapar los oídos ante cualquier acto criminal, injusto o aberrante.
Es por ello que, si bien es loable y aconsejable alzar la cruz como símbolo de la Fe en la que creemos y comulgamos, en igual medida no podemos dejar de blandir con la otra mano el arma que durante siglos ha acompañado y auxiliado a las conquistas más gloriosas de España para la Cristiandad.
En los últimos años estamos asistiendo a un progresivo y cada vez más furibundo ataque contra los católicos y, en general, contra todos aquellos valores que necesariamente son irrenunciables para toda sociedad que se precie civilizada.
Cuando desde el poder se nos exige callar, es precisamente ahora cuando nos corresponde rebelarnos y contraatacar.
Sólo el decidido paso al frente frenará al enemigo.
Sólo la voluntad de acción resuelta de unos pocos garantizará el éxito de nuestra empresa.
Después de haber intentado destruir a la Iglesia desde sus cimientos, ahora creen que están en condiciones de socavar los de una civilización que se sustenta sobre unos pilares que han tardado dos mil años en edificarse.
Pero, ciertamente, están muy equivocados.
Tanto en un caso como en otro, la resistencia y contraataque de los tenaces, de los “santos”, garantizará el triunfo definitivo sobre los bastardos.
Pero, no nos engañemos. Las buenas palabras son importantes, pero la reacción exige el uso de, al menos, la misma fuerza que emplean los enemigos.
Con la espada, pues, lucharemos sin cuartel…..con la cruz, seguro, tendremos la victoria.
¡AMÉN....DE LOS AMENES!