viernes, 13 de noviembre de 2009

¡EXCOMUNIÓN "SÚBITO"!

Por una vez, y sin que sirva de precedente, he de felicitar a la Conferencia Espiscopal Española por dar la cara y dejar de mirar hacia otro lado como hasta ahora venían haciendo.
Ciertamente, todos aquellos que, directa o indirectamente, apoyen cualquier iniciativa (no sólo ésta) legislativa a favor del aborto deben ser inmediata e irrevocablemente excomulgados.
Y no me refiero sólo a la clase política de hoy y de ayer, sino a todos aquellos que, en mayor o menor medida, colaboran en que aquéllos estén dónde están, a pesar de los pesares.
Abogo, asimismo, como ya lo he hecho públicamente, por la inmediata excomunión del Jefe del Estado por haber sancionado normas jurídicas que han permitido tan execrable crimen.
Ya está bien de medias tintas....porque, al fin y al cabo, al que no es católico ¿qué más le da?
Que la Iglesia Española vuelva a ser Católica y Española.

¡VIVA CRISTO REY!

martes, 3 de noviembre de 2009

CON LA DUDA EN EL AIRE

Dicen que no hay peor mentira que una media verdad, pero yo añadiría aún más: no hay peor mentira que aquélla que se viste intencionadamente de falsa piedad.
Hace ya mucho tiempo que vengo leyendo por aquí y por allá que en el Nuevo Testamento no consta condena alguna hacia la práctica de la homosexualidad y, en consecuencia, que la duda sobre su condición pecaminosa, tanto desde el punto de vista teológico como exegético, es más que razonable.
Sin embargo, la realidad siempre supera a la ficción y, a la postre, la mentira acaba sucumbiendo a la Verdad.
Hagamos una breve reseña documental.

Antiguo Testamento:

“Dios creó al ser humano a su imagen y semejanza, varón y hembra los creó”
(Génesis 1: 27).
Tal vez la primera referencia condenatoria de la homosexualidad la encontramos en el Génesis, 19, cuando, hablando de la perversión de Sodoma y de sus hombres (sodomitas), se nos informa que todos sus varones, desde el más joven al más viejo, rodearon la casa de Lot con la intención de acceder carnalmente, y por violencia, con dos hombres mandados por Dios.
Y, precisamente, entre los graves pecados cometidos por los sodomitas contra Dios, motivo último de la destrucción de la ciudad de Sodoma, se significa expresa y muy especialmente el pecado de sodomía u homosexualidad, por ser contrario a la Ley divina y natural.
Un pasaje similar se reproduce en el libro de los Jueces, 19, 16-30, en el que queda clara la condena.
Pero en el Antiguo Testamento, tal y como podría deducirse de los anteriores episodios, no sólo se condena la práctica homosexual violenta, sino, incluso, la voluntaria y/o consentida.
Así se deduce inequívocamente de la redacción de la ley mosaica, en el libro del Levítico, 18, 22, en el que se incluye como objeto de condena a muerte, entre otras desviaciones sexuales, las relaciones homosexuales entre hombres: “No te echarás con varón como con mujer, es abominación”.
Y continúa: “Si alguno se ayuntare con varón como con mujer, abominación hicieron; ambos ha de ser muertos; sobre ellos será su sangre”.

En el Nuevo Testamento:

Se suele afirmar que Jesús no hace referencias expresas a la homosexualidad, pero tal aseveración es rotundamente falsa.
En primer lugar, es menester subrayar que con Jesús la ley mosaica no es derogada, sino complementada, lo cual implica que viene a perfeccionar la Ley de Moisés, sin derogar los presupuestos de hecho sobre los que se sustenta y condena.
Y, así dice textualmente en Mateo 5, 17-18: No penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas; no he venido a abolirla, sino a perfeccionarla. Porque en verdad os digo que, mientras no pasen el cielo y la tierra, ni una jota, ni una tilde pasará de la ley hasta que todo se cumpla”.
Y, además, en confirmación de la plena vigencia de la ley mosaica, aunque interpretada a la luz de la Buena Nueva, Jesús recurre a ciertos pasajes bíblicos para remarcar, no sólo su vigencia, sino también su interpretación:
Mateo 19, 4: “…¿No habéis leído que el Creador desde el principio los hizo macho y hembra, y que dijo: Por esto el hombre dejará a su padre y a su madre y se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne?...” (También: Marcos 10, 6-8)
O dicho de otro modo: En los planes divinos sólo cabe la cohabitación entre un hombre y una mujer, y siempre dentro de los cauces y a los fines previstos por el Altísimo.
Pero incluso también puede verse una condena expresa por parte de Jesús cuando al referirse, en un discurso escatológico, a su segunda venida dice, textualmente, lo siguiente: “Como en los tiempos de Noé, así será la venida del Hijo del Hombre. Porque como en los días que precedieron al diluvio, comían y bebían, se casaban ellos y ellas, hasta el día en que entró Noé en el Arca, y no se dieron cuenta hasta que vino el diluvio…” (Mateo, 24,38; Lucas, 17, 26-27)
No olvidemos que el diluvio universal fue un castigo de Dios por las depravaciones de la Humanidad, entre las que se incluían crímenes, robos y actos contra natura.
San Pablo continúa hablando sobre el tema en varias de sus epístolas.
En Romanos 1, 18-32, San Pablo nos presenta un cuadro ciertamente detallado de la condición pecaminosa de la sociedad romana y, entre otros vicios y pecados abominables ante Dios, hace expresa referencia a la práctica de homosexualidad masculina y femenina.
Y reitera entre la retahíla de pecados contrarios a Dios, en 1 Corintios 6, 9-11, así como en Gálatas 5, 19-21 y Efesios 5, 3-5, que tales prácticas son abominables ante Dios.
Pero, y esto es importante subrayarlo, en ningún caso excluye al homosexual del proyecto de salvación, pues, concretamente en 1 Corintios 6, 11, dice textualmente: “Y esto erais algunos; más ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús y por el Espíritu de Dios”.
¿Qué podemos extraer, entonces, como conclusión?: Que la sexualidad es algo consustancial con la naturaleza humana y que, en función de su uso, conforme o no con el plan divino, puede ayudar a la humanización o, por el contrario, contribuir a la deshumanización del hombre.
La redención cristiana es integral, pero exige que el pecado, tanto físico como espiritual, sea arrancado de nuestra condición pecaminosa o, si se prefiere, de nuestro comportamiento contrario a la ley divina.
La condición homosexual en sí no obsta la salvación (dice San Pablo en 1 Corintios, 6, 11: “..algunos de vosotros erais homosexuales”), pero ésta está siempre condicionada al cumplimiento de la voluntad divina; es decir: aceptar y ser fiel a la Palabra de Dios.