martes, 22 de noviembre de 2011

¿ES REALMENTE CRISTO?



Esta reflexión que, a continuación, expongo no va dirigida a los ateos y/o agnósticos, ni tan siquiera a los que comulgan con otras autodenominadas religiones o filosofías más o menos místicas.
Va dirigido, directamente, a todos aquellos que se autodenominan cristianos, aunque no pertenezcan formalmente a la única Iglesia de Cristo, es decir, a la instituida por el mismo Dios, la Iglesia Católica, y, por qué no, también va dirigida a los llamados musulmanes, ésos que reconocen en la persona de Jesús a un profeta del Altísimo.
La primera cuestión que ha de plantearse para todo creyente, ya católico, ya no católico, ya musulmán, es si Jesús de Nazaret, con independencia de su atribuida condición divina o no, ha sido o no un mentiroso.
Para los que creemos que Jesús es El Cristo, El Ungido, el Santo de Dios, el Santo de los santos del Altísimo, el Hijo de Dios Vivo, el Alfa y el Omega, el Principio y el Fin, en definitiva, Dios mismo, no cabe, bajo ningún concepto, ni por asomo, aceptar, aunque sea de manera implícita, que Aquél haya sido o es, pues vive, un mentiroso.
Para los que creemos que Cristo es la Verdad frente a la Mentira, materializada en el Enemigo, esto es, en Satanás, no nos cabe duda alguna, ni por asomo se nos pasaría por la imaginación, que Jesús pudiese pronunciar palabra alguna que no fuese Verdad absoluta.
Incluso me atrevería a afirmar que para los musulmanes, para los cuales Jesús ha sido y es sinónimo de profeta del Altísimo, tan siquiera sospechar que cualquier palabra vertida por Él fuese mentira, sería una blasfemia, porque sería como afirmar que Alá (Dios) miente por medio de sus profetas.
Dicho lo anterior, a nadie escapa la potencial conclusión que debe de servir de premisa a esta reflexión: cuál es que para los creyentes, Jesús de Nazaret, ya sea reconocido como El Cristo, ya como un profeta de Dios, nunca mintió, pues se limitó a trasmitir la Voz del Altísimo.
Luego, si Jesús nunca mintió, todo lo que afirmó es Verdad.
He aquí, pues, el caletre de la cuestión.
Si Jesús no ha mentido, toda Palabra salida de su boca es Verdad.
Y es Verdad porque, bien en su condición de Hijo de Dios, para unos, bien en su condición de profeta, para otros, al limitarse a trasmitir lo que de Dios ha recibido, transcribe textualmente todo lo que recibe del Altísimo.
Así pues, en cualquiera de los casos, sea considerado, como lo es para los cristianos, Hijo de Dios o Dios mismo, ya sea como profeta de Alá, la cuestión queda zanjada “ab initio” para cualquier creyente, sólo discutible, por lo tanto, por aquellos que no tienen el don de la Fe.
Sentada, pues, ya la premisa, nos toca ahora centrarnos en que dijo o afirmó Jesús y, en su caso, el alcance exacto de sus palabras.
Veamos algunos episodios:
“En verdad, en verdad os digo: No os dio Moisés el pan del cielo, más mi Padre os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es aquel que descendió del cielo y da vida al mundo..... Yo soy el pan de vida; el que a mi viene, nunca tendrá hambre; y el que en mi cree, no tendrá sed jamás...” (Jn. 6, 32-33-34-35)
“Murmuraban entonces de él los judíos, por qué había dicho: Yo soy el pan que descendió del cielo” (Jn. 6, 41)
Obsérvese la primera objeción. Los propios judíos no comprenden el significado de las palabras de Cristo, pero sí del alcance de las mismas. O dicho de otra manera: exigían una aclaración, porque la afirmación la entendían, aunque muy oscuramente, como algo que se salía de lo normal y que podría afectar a la esencia misma de la Fe que profesaban.
“Yo soy el pan de vida. Vuestros padres comieron el maná en el desierto y murieron. Este es el pan que desciende del cielo, para que el que de él coma, no muera. Yo soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguno comiere de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo daré es mi carne, la cual yo daré por la vida del mundo.
Entonces los judíos discutían entre sí, diciendo: ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?. Y Jesús les dijo: En verdad, en verdad os digo: Si no coméis la carne del Hijo del Hombre, y bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y Yo lo resucitaré en el último día. Porque mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, en mi permanece y yo en él. Como me envió el Padre viviente y yo vivo por el Padre, asimismo el que me come, él también vivirá por mí. Este es el pan descendido del cielo; no como vuestros padres que comieron el maná y murieron; el que come de este pan, vivirá eternamente”. (Jn. 6, 48-58)
Como podemos leer, los judíos, aunque no comprendían lo que Cristo les estaba diciendo, sí entendían que Cristo les estaba ofreciendo, literalmente, su carne y su sangre, no en sentido simbólico. Ellos, obviamente, al igual que los Apóstoles, en aquel momento, no lo entienden, porque sería como aceptar un acto de canibalismo. Pero Jesús, a pesar de todo, insiste en la realidad del hecho, dejando claro que no es un simbolismo, sino un hecho real, un acto real.
Además, la correlación con el maná del desierto, como prefacio a su ulterior discurso, justifica de por sí la interpretación de que aquél fue un antecedente simbólico, aunque real, de la consagración Eucarística, de la misma manera que el sacrificio del cordero pascual lo fue del sacrificio de Cristo como Cordero de Dios.
En ambos casos, el carácter simbólico y real se entremezclan de manera profética, alcanzando sólo su cénit o realidad suprema, tanto en la institución ulterior de la Eucaristía durante la Última cena, como en el sacrificio mismo de la cruz que se ve renovado diariamente en la Santa Misa.
Cuando Jesús instituye la Eucaristía en la Última Cena, tampoco habla de manera simbólica. Jesús habla sin dejar lugar a ninguna duda. Veamos:
“Jesús tomó el pan, ....., lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: Tomad y comed, esto es mi cuerpo. Después tomó una copa (cáliz)...y se la pasó diciendo: bebed todos de ella, esto es mi sangre, la sangre de la Nueva Alianza derramada por muchos, para el perdón de los pecados” (Mt 26, 26-28)
En conclusión: Cristo no habla en sentido simbólico o figurado, sino en sentido real, dándole a sus palabras la auténtica dimensión de lo que quiere expresar.
Así, si hubiese querido darle un sentido figurado habría dicho, por ejemplo, “esto representa mi cuerpo.....o.....representa mi sangre”, sin embargo el utiliza el verbo ser: “Esto ES mi cuerpo.......esto ES mi sangre”.
Y para ello, baste referirnos a dos episodios, uno del Antiguo Testamento y otro del Nuevo Testamento, dónde se nos clarifica qué ha de entenderse en el sentido teológico el verbo Ser.
“Y dijo Dios a Moisés: YO SOY EL QUE SOY. Y añadió: Así dirás a los hijos de Israel: YO SOY me ha enviado a vosotros” (Éxodo 3,14)
“Por eso os dije que moriréis en vuestros pecados; porque si no creéis que YO SOY, moriréis en vuestros pecados” (Juan, 8, 24)
“Por eso Jesús dijo: Cuando levantéis al Hijo del Hombre, entonces sabréis que YO SOY y que no hago nada por mi cuenta, sino que hablo estas cosas como el Padre me enseñó” (Juan, 8, 28)
“Y Jesús les dijo: En verdad, en verdad os digo: antes que Abraham naciera, YO SOY” (Juan, 8, 58)
“¿A quién buscáis?. A Jesús de Nazaret, le contestaron. Dijo Jesús, YO SOY......Cuando Jesús dijo: “Yo soy”, se echaron atrás y cayeron al suelo. Jesús volvió a preguntarles: ¿A quién buscáis?. Repitieron: A Jesús de Nazaret. Jesús les dijo: Ya os he dicho que soy yo. Si me buscáis a mí, dejad que los demás se vayan....”(Juan 18, 4-8)
(Obsérvese que el Evangelista utiliza diferente fórmula ante la primera pregunta y la segunda, de hecho narra los diferentes efectos que produce la primera afirmación (YO SOY), que la segunda (un simple, soy yo). La razón es bien sencilla: con la primera Jesús acredita su divinidad.
Sirva de corolario a esta verdad la siguiente afirmación que justifica el alcance real de las palabras de Cristo y de la Verdad que se encierra en la Eucaristía: “Jesucristo es el mismo, ayer y hoy, y por los siglos” (Hebreos 13,8)
Si Jesús es el mismo, siempre ha sido el mismo, entonces Jesús ES EL QUE ES.
Por lo tanto, cuando Jesús utiliza el verbo SER, lo hace desde la perspectiva del reconocimiento y afirmación del su Divinidad y de su Identidad, porque Dios es la existencia misma, el origen de todo lo viviente.
Cuando utiliza el verbo SER (“este ES mi cuerpo.....esta ES mi sangre), lo hace, no sólo afirmando que es, no que parece o que simboliza, sino, además, afirmando, sin ambages, su Gloria y Divinidad.
Existen muchos fragmentos en el Antiguo Testamento que hablan en sentido figurado o simbólico de la Eucaristía y su ulterior institución. No voy a entrar en ellos, no sólo por cuestión de espacio o tiempo, sino, y fundamentalmente, porque algunos me dirán que se trata de un mero hecho anecdótico o interpretativo. No obstante, sirvan de ejemplo el siguiente, por si cupiere alguna duda al respecto:
“Porque desde dónde el sol nace hasta dónde se pone, es grande mi nombre entre las naciones; y en todo lugar se ofrece a mi Nombre, incienso y ofrenda limpia” (Malaquías, 1, 11)
Este episodio trata del hecho de que a Dios ya no le agradan los sacrificios de los israelitas, pues lo hacen sin el verdadero sentido. Dios les hará ver que habrá un nueva ofrenda que reemplazará tales sacrificios.
Se habla, en definitiva, de una ofrenda mundial y sin mancha a Dios Padre.
Creo, pues, que sobran las palabras.
Más adelante, después de la muerte y resurrección de Cristo, los Apóstoles y más concretamente San Pablo, especifican claramente qué es la Eucaristía y su auténtico y real significado:
“La copa (cáliz) de bendición que bendecimos, ¿no es la comunión de la sangre de Cristo?; el pan que partimos, ¿no es la comunión del cuerpo de Cristo?” (1 Cor. 10,16)
Pablo da a entender que comer ese pan y tomar ese vino bendecido hace al cristiano entrar en comunión con Cristo, en unión con Él. Pero dicha unión no es sólo un simple vínculo espiritual o simbólico, porque, de lo contrario, no diría lo siguiente:
“Lo que los gentiles sacrifican, a los demonios lo sacrifican y no a dios, y no quiero que nos hagáis partícipe de los demonios” (1 Cor. 10, 19-20)
Y continúa:
“No se puede tener parte de la mesa del Seññor y de la mesa de los demonios” (1 Cor. 10,21).
Pablo deja claro que habla en un lenguaje de sacrificio para referirse a la celebración cristiana, y que esta comida y bebida nos lleva a la verdadera comunión con Cristo, comunión que determina un verdadero vínculo de toda persona, de una manera real, tal y como lo expresa Pablo al afirmar (1 Cor. 10,17) “que todos formamos un solo cuerpo”, porque el pan es uno....Cristo.
Pero para dejarlo mucho más claro, diáfano, sobre el año 55 (texto más antiguo sobre la narración de la Última Cena), cuando afirma lo siguiente: “Cuando, pues, os reunís vosotros, esto no es comer la Cena del Señor, porque al comer cada uno se adelanta a tomar su propia comida” (1 Cor. 11,20-21).
Y continúa (1 Cor. 11, 22): “¿Pues qué?, ¿No tenéis casas en que comáis y bebáis?”.
Pablo da a entender que si los cristianos hubieran concebido la celebración y acción de gracias como una simple comida para recordar a Jesús en la Última Cena, no tendría sentido reunirse en la iglesia, bastando hacerlo cada uno en su casa.
Y por si hubiere alguna duda al respecto, Pablo continúa: “De manera que cualquiera que comiere este pan o bebiere esta copa (cáliz) del Señor indignamente, será culpado del cuerpo y de la sangre del Señor” (1 Cor. 11,27)
Este texto, obviamente, no se puede concebir simbólicamente, porque ¿qué sentido tiene hablar de pecado si sólo comemos pan y vino, aunque sólo sea para recordar a Jesús?
Si Pablo habla de comer el pan y el vino dignamente, bajo pena de pecar, es porque confirma que en la Eucaristía recibimos REALMENTE el CUERPO y la SANGRE de Cristo, y, por lo tanto, nuestra disposición espiritual debe ser de tal dignidad que sirva para recibir a Cristo, a Dios mismo.
Existen multitud de argumentos para confirmar la presencia real de Cristo en la Eucaristía, pero ni soy teólogo ni pretendo serlo. En cualquier caso, sirva esta pequeña aportación para que aquellos que aún duden de tal realidad, al menos, reflexionen sobre ella.
Por último, y sin entrar, Dios me libre, a prejuzgar a nadie, sí me gustaría dejar una breve reflexión: Si, tal y como hemos acreditado, pues la Palabra de Dios es infalible, Cristo, Dios mismo, está realmente presente en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, en el Sacratísimo Sacramento del Altar, ¿es digno recibir al mismo Dios de pie y en la mano?
Meditemos.....

Francisco Pena